-No me hables como a un niño. Soy mayor, no tonto. Tampoco hace falta que me hables tan alto, llevo audífonos y te oigo estupendamente. Mira, hija, yo seguiré llevando mis cuentas, seguiré viviendo en mi casa y comeré lo que me cocine. Ya sabes que en el barco aprendí a cocinar mejor que tu madre. Sí que me puedes buscar alguien que venga a limpiar. No me veo quitando el polvo a los bibelots de tu madre con estas manazas. Como le rompa alguno, se levanta de su tumba, bonica es.
Amanda miraba a su padre, incrédula. Ella sólo quería ayudar
pero no encontraba el tono: o se pasaba de tierna o de dura. Y su padre se enfadaba
con ella como nunca, sorprendido por estos cambios de su única hija de la que
estaba tan orgulloso; pero en silencio, que un hombre de verdad no deja
traslucir sus sentimientos.
-De acuerdo, papá. Mi vecina Eugenia lleva una agencia de
contratación de auxiliares de hogar. Hablaré con ella para que nos ayude.
-Una agencia saldrá muy cara, niña. Mejor alguien que te
recomienden por ahí.
-Uy no, papá. No es negociable. A través de la agencia o sino
vendré a limpiar yo, que hay mucha extranjera desesperada intentando echarle el
guante a un anciano, robarle o quién sabe qué barbaridad. Eugenia es una
profesional y nos buscará alguna chica apañada.
Amanda sudaba sangre solo de imaginar que a su apretada
agenda tuviera que sumarle limpiar la casa de sus padres. A pesar de ser
Graduada en Derecho nunca ejerció porque necesitaba un horario fijo para
atender a su madre discapacitada y muy enferma.
Madrugones, carreras con la niña a la que, dormida aún, arrastraba a su sillita
del coche para dejarla en la guardería. Después, un rato de atasco, rezar para
encontrar aparcamiento, mantener el tipo ocho horas atendiendo quejas
telefónicas, siempre con buenas palabras aunque quien hiciera la llamada
estuviera ciscándose en su recién fallecida madre. Salir, paseo rápido por el
súper evitando las colas para, a
continuación, recoger veloz a Amandita. Baño,
un poco de juego, cena y a dormir. Leer
un Cuento, por supuesto, con el que la mamá se dormía antes que la niña. Y
ponte un poco mona porque enseguida se te notan ya los 40 que te caen en junio
y tu marido, que llega a las tantas porque los jóvenes de su empresa tienen más
estudios que él y lo compensa con horas extras no retribuidas, le gusta verte
con el pelo bien puesto y la pestaña levantada.
Su vecina Eugenia no
tardó en presentarle a Azucena, una chica cubana, de la que dijo que era muy
enérgica y alegre. Ideal para una persona mayor. A Amanda se le encendieron
todas las alarmas (tan joven, tan exuberante, con la ropa tan pegada) pero no
estaba en situación de elegir. La llevó al que había sido su hogar familiar y
vio como se le alegraban los ojos a su padre, lo que le enterneció. Volvió a
los pocos días y se sorprendió de cómo Azucena trataba a su padre, con una
mezcla de respeto y cercanía que invitaba al mayor a hablar .él que siempre
había sido tan parco. Se quedó tranquila después de muchos días de no estarlo.
No tardaron en llegarle las murmuraciones de la familia más cercana:
“Amanda, cariño, cómo se te ocurre: joven, guapa, mulata,….le despluma en nada
¡ Es que siempre has sido una ingenua¡ También
el vecindario empezó a comentar: qué bien se ve a tu padre. Ten cuidado que
estas morenitas los engatusan con nada y los pierdes”.
Sin embargo, la propia Amanda, que había tenido su recelo al
principio seguía tranquila; Azucena hacía su trabajo y su padre estaba
contento. Las cuentas estaban bien (las miraba por Internet, cosa que su padre
desconocía). Le parecía que todo funcionaba.
Llegó noviembre y con él, la cercanía de la Navidad, la primera sin su madre, qué triste.
Azucena le dijo que tenía que hablar con ella y a Amanda se le cayó el alma a
los pies: me va a dejar tirada, se va a su país, se irá a casar para conseguir
la nacionalidad, y mil ideas que le impidieron dormir bien. Sin embargo,
Azucena lo único que le pidió era que escribiera una carta a su madre
invitándola a venir a España. No se va a quedar, señora, no se preocupe. Mi
abuelita ha muerto y no quiero que pase la Navidad sola. Claro que lo hizo (al
menos que una hija estuviera con su madre en Navidad) y cuando llegó incluso la
recogió en el aeropuerto junto con Azucena. La escena de ese abrazo y de sus lágrimas,
tantos años sin verse, queda aun bailando en las pupilas azules de Amanda.
Fueron unos bonitos días, extrañamente alegres. Carmen, la madre de Azucena, le
habló con orgullo de cómo su hija se había licenciado en Medicina, algo que
sorprendió a Amanda que no tenía ni idea. Le comentó las mil y una dificultad con la que se encontró al llegar a España sola, sin apenas dinero ni cobijo, viendo rechazo en los ojos de muchas personas y escuchando palabras malsonantes sobre su color de piel u origen. También le habló de la dureza de la
vida en Cuba, pero sin miedo ni resentimiento, con esperanza y Amanda se dio
cuenta de cómo vivía de encerrada en su pequeño mundo pillado con alfileres. Desconocía
tantas cosas de otros países, de sus gentes ;siempre
tendía a pensar mal de quienes venían de fuera, toda la vida oyendo bulos sobre ellos. Si pudiera viajar más...Pero ¡qué tonta ¡ Ahora, en el siglo 21, no hacía falta
viajar para conocer otras culturas: se habían instalado con nosotros. Se
despidieron con una promesa de visita a la bella isla y con nuevas ideas en la
cabeza de Amanda.
Con el nuevo año, Amanda tomó interés por las nuevas familias que se habían instalado en su ciudad que procedían de países tan diferentes como Colombia o Polonia, Rumanía o Túnez, Ecuador o Ucrania. Con algo de miedo ,dejó su insatisfactorio trabajo, desempolvó su título, se formó en Derecho Internacional y, con una ayuda del Ayuntamiento de su ciudad a mujeres emprendedoras en desempleo, alquiló un local y junto con un joven trabajador social empezaron a atender, cada uno desde su especialidad, las demandas de estos nuevos vecinos . Ayudada por una legislación orientada a tratar de igual manera a toda la ciudadanía del país, independientemente de su procedencia, Amanda lidia con particulares y administraciones públicas para que los derechos de todos y todas se cumplan.
En un sitio muy especial de su corazón guarda su mayor logro profesional: Azucena ahora cuida de
su padre “desde el otro lado” de la mesa de su consultorio ,como su doctora de cabecera.