viernes, 3 de marzo de 2023

Lo que Azucena me mostró.

 

-No me hables como a un niño. Soy mayor, no tonto. Tampoco hace falta que me hables tan alto, llevo audífonos y te oigo estupendamente. Mira, hija, yo seguiré llevando mis cuentas, seguiré viviendo en mi casa y comeré lo que me cocine. Ya sabes que en el barco aprendí a cocinar mejor que tu madre. Sí que me puedes buscar alguien que venga a limpiar. No me veo quitando el polvo a los bibelots de tu madre con estas manazas. Como le rompa alguno, se levanta de su tumba, bonica es.


Amanda miraba a su padre, incrédula. Ella sólo quería ayudar pero no encontraba el tono: o se pasaba de tierna o de dura. Y su padre se enfadaba con ella como nunca, sorprendido por estos cambios de su única hija de la que estaba tan orgulloso; pero en silencio, que un hombre de verdad no deja traslucir sus sentimientos.

-De acuerdo, papá. Mi vecina Eugenia lleva una agencia de contratación de auxiliares de hogar. Hablaré con ella para que nos ayude.

-Una agencia saldrá muy cara, niña. Mejor alguien que te recomienden por ahí.

-Uy no, papá. No es negociable. A través de la agencia o sino vendré a limpiar yo, que hay mucha extranjera desesperada intentando echarle el guante a un anciano, robarle o quién sabe qué barbaridad. Eugenia es una profesional y nos buscará alguna chica apañada.

Amanda sudaba sangre solo de imaginar que a su apretada agenda tuviera que sumarle limpiar la casa de sus padres. A pesar de ser Graduada en Derecho nunca ejerció porque necesitaba un horario fijo para atender  a su madre discapacitada y muy enferma. Madrugones, carreras con la niña a la que, dormida aún, arrastraba a su sillita del coche para dejarla en la guardería. Después, un rato de atasco, rezar para encontrar aparcamiento, mantener el tipo ocho horas atendiendo quejas telefónicas, siempre con buenas palabras aunque quien hiciera la llamada estuviera ciscándose en su recién fallecida madre. Salir, paseo rápido por el súper evitando las colas  para, a continuación,  recoger veloz a Amandita. Baño, un poco de juego, cena  y a dormir. Leer un Cuento, por supuesto, con el que la mamá se dormía antes que la niña. Y ponte un poco mona porque enseguida se te notan ya los 40 que te caen en junio y tu marido, que llega a las tantas porque los jóvenes de su empresa tienen más estudios que él y lo compensa con horas extras no retribuidas, le gusta verte con el pelo bien puesto y la pestaña levantada.

Su vecina Eugenia  no tardó en presentarle a Azucena, una chica cubana, de la que dijo que era muy enérgica y alegre. Ideal para una persona mayor. A Amanda se le encendieron todas las alarmas (tan joven, tan exuberante, con la ropa tan pegada) pero no estaba en situación de elegir. La llevó al que había sido su hogar familiar y vio como se le alegraban los ojos a su padre, lo que le enterneció. Volvió a los pocos días y se sorprendió de cómo Azucena trataba a su padre, con una mezcla de respeto y cercanía que invitaba al mayor a hablar .él que siempre había sido tan parco. Se quedó tranquila después de muchos días de no estarlo.

No tardaron en llegarle las murmuraciones de la familia más cercana: “Amanda, cariño, cómo se te ocurre: joven, guapa, mulata,….le despluma en nada ¡ Es que siempre has sido una ingenua¡  También el vecindario empezó a comentar: qué bien se ve a tu padre. Ten cuidado que estas morenitas los engatusan con nada y los pierdes”.

Sin embargo, la propia Amanda, que había tenido su recelo al principio seguía tranquila; Azucena hacía su trabajo y su padre estaba contento. Las cuentas estaban bien (las miraba por Internet, cosa que su padre desconocía). Le parecía que todo funcionaba.

Llegó noviembre y con él, la cercanía de  la Navidad, la primera sin su madre, qué triste. Azucena le dijo que tenía que hablar con ella y a Amanda se le cayó el alma a los pies: me va a dejar tirada, se va a su país, se irá a casar para conseguir la nacionalidad, y mil ideas que le impidieron dormir bien. Sin embargo, Azucena lo único que le pidió era que escribiera una carta a su madre invitándola a venir a España. No se va a quedar, señora, no se preocupe. Mi abuelita ha muerto y no quiero que pase la Navidad sola. Claro que lo hizo (al menos que una hija estuviera con su madre en Navidad) y cuando llegó incluso la recogió en el aeropuerto junto con Azucena. La escena de ese abrazo y de sus lágrimas, tantos años sin verse, queda aun bailando en las pupilas azules de Amanda. Fueron unos bonitos días, extrañamente alegres. Carmen, la madre de Azucena, le habló con orgullo de cómo su hija se había licenciado en Medicina, algo que sorprendió a Amanda que no tenía ni idea. Le comentó las mil y una dificultad con la que se encontró al llegar a España sola, sin apenas dinero ni cobijo, viendo rechazo en los ojos de muchas personas y escuchando palabras malsonantes sobre su color de piel u origen. También le habló de la dureza de la vida en Cuba, pero sin miedo ni resentimiento, con esperanza y Amanda se dio cuenta de cómo vivía de encerrada en su pequeño mundo pillado con alfileres. Desconocía tantas cosas de otros países, de sus gentes ;siempre tendía a pensar mal de quienes venían de fuera, toda la vida oyendo bulos sobre ellos. Si pudiera viajar más...Pero ¡qué tonta ¡ Ahora, en el siglo 21, no hacía falta viajar para conocer otras culturas: se habían instalado con nosotros. Se despidieron con una promesa de visita a la bella isla y con nuevas ideas en la cabeza de Amanda.

Con el nuevo año, Amanda tomó interés por las nuevas familias que se habían instalado en su ciudad que procedían de países tan diferentes como Colombia o Polonia, Rumanía o Túnez, Ecuador o Ucrania. Con algo de miedo ,dejó su insatisfactorio trabajo, desempolvó su título, se formó en Derecho Internacional y, con una ayuda del Ayuntamiento de su ciudad a mujeres emprendedoras en desempleo, alquiló un local y junto con un joven trabajador social empezaron a atender, cada uno desde su especialidad, las demandas de estos nuevos vecinos . Ayudada por una legislación orientada a tratar de igual manera a toda la ciudadanía del país, independientemente de su procedencia, Amanda lidia con particulares y administraciones públicas para que los derechos de todos y todas se cumplan.


En un sitio muy especial de su corazón guarda su mayor logro profesional: Azucena ahora cuida de su padre “desde el otro lado” de la mesa de su consultorio ,como su doctora de cabecera.

Lo que Azucena me mostró.

  -No me hables como a un niño. Soy mayor, no tonto. Tampoco hace falta que me hables tan alto, llevo audífonos y te oigo estupendamente. Mi...